Yo respeto a las personas que están dispuestas a morir por lo que realmente quieren. No importa si es por amor o por una mujer o por un sueño. Cualquier cosas en que realmente crean. Cualquier cosas que transcienda al nivel de exigir esa sensación amorosa en el instantes y sacarla de dentro….Miro el amor en el compromiso de que pueda elevarte a tu gran potencial. Esa fuerza natural que tenemos dentro. Así es como la gente se debe sentir cuando van a su objetivo por lograr lo que quieren, viene de ese gran potencial. No importa lo que sea, ser buen padre, buena madre, perder 30 libras de peso, pasar una dura prueba, de esa forma te examinas ante la vida…y así, siempre quieres ganar la batalla..eso eleva tu nivel a tu gran potencial, sin dudas….Que te mires a ti mismo en tu mas grande forma..(fashion)
Los platos rotos de An
El rostro de An no tenia ningun desperdicio cuando la miraba bien de cerca. De esa manera las cosas cambiaban, tomaban un tono mas intimo, nostálgico, hasta parecía real, porque aquel gesto era muy suyo. Una de esas fugaz mirada de ella, las de siempre, limpias y acompañadas por una sonrisa a la nada, fuerte y contagiosa que podías sentir como sus estrepitosas carcajada que venían y se dispersaban en el espacio, buscando tocarte, llenándolo. Esas risas de An, nunca la podría olvidar, porque Angélica, como en realidad se llamaba su nana, tenia el alma tan clara y transparente que no era difícil ver lo que ella en el fondo pensaba. Era así, una suerte poder pasar unos días con ella, únicos. Luna había llegado el día anterior desde Nueva York donde ahora vivía. Había nacido allí, en la ciudad de la gran manzana, pero desde muy pequeña sus padres se trasladaron a la Habana, allí creció y fue donde había pasado casi todo ese tiempo hermoso. Ahora era una joven plena, bastante florecida, con ideas propias y muy objetivas. Llevaba unos años viviendo en América y aunque todo su mundo había cambiado de la noche a la mañana desestabilizando un poco su vida, ya parecía que comenzaba a cogerle otra vez el ritmo. Había crecido muy rápido y ahora era que lo notaba, frente a frente a esa inolvidable fotografía en blanco y negro ante sus ojos, exhibida en un cuadro al entrar en la sala de An, como un trofeo colgado en la pared del centro. Estaban las dos juntas, An con la mirada perdida a un lugar pero con gesto tierno, cercano y el de ella, detrás, como en aquellos inseparables días. An siempre estuvo a su lado desde que era una niña y aun recordaba lo unida que estaban a pesar de ser tan mayor y de todas esas historias que peinaban canas que le contaba mientras le daba un baño cuando llegaba de la escuela. El tiempo había pasado con mucha prisa y dejó sus huellas claras sobre su semblante, porque la nana que había dejado hacía dos años atrás, había envejecido mucho producto de su recaída y hasta la notaba cansada. Estaban las dos tan felices que parecía como si se hubiera detenido el tiempo en esa fotografía. Su nana estaba algo enferma, desde su partida las cosas no fueron iguales, había regresado otra vez a su soledad y sus fuerzas no eran las misma, pero aun así, tenia intacta su manera de ser, altiva, suave, dulce, esa que le era tan familiar a ella y que le hacían sentirse toda una privilegiada. Porque Angélica era un Angel y sabía que había tenido la suerte de crecer cerca de sus cuidados. Jamás encontraría una nana mejor en el mundo que la buena de An, le había llamado así desde pequeña, y aunque se lo aclaraba muchas veces de que en ingles, ants, con t eran las hormigas y se reía cuando se lo decía, ella siempre le respetó. Cuando su nana se enfadaba se ponía muy seria y eso lo tenía presente, ella no soportaba las malacrianzas. Así que había que escucharla, no podías hacer otra cosa. Que si tenia que hacerlo? Eso lo sabe muy bien, la nana cambiaba hasta de colores cuando se desahogaba como si el oxígeno de su cuerpo en su regreso, buscara un sitio dentro de su normalidad. Como si el aire que tenía comprimido en su vetusto cerebro, se le escapara por la sangre y le devolviera de nuevo la sonrisa, porque An era una sabia, así mismo. Y si te decía esto está mal, era por alguna razón. Aunque muchas veces entraban en alguna discusión sin sentido, eso paso muchas veces, entonces tenía que calmarla y decirle de que era una hormiga grande y buena.
Lunaaaa…!, Le grito desde la cocina en el momento que se dirigía al cuarto. Dale, que el desayuno esta listo.
Yo no quiero desayunar le respondo Luna.
Como que no vas a desayunar jovencita, usted no me sale de aquí hasta que no tengas algo en el estómago. Como me vas a decir que no tienes hambre? mira?...Allí esta, condumio, y hizo una señal con la mano como el que se lleva una cuchara a la boca.
Es que tengo el estomago un poco descompuesto, parece que fue todo lo que comí en el viaje. Todavía siento la comida del avión aquí dentro.
Si, pero tu no sabes que tiempo vas a estar fuera y tienes que estar preparada, esta es la Habana, aquí se chancletea, no…Niu yooo…como es que tu dices. Se rió.
Vale, voy a comer algo, pero la verdad que no tengo apetito.
Comieron mientras hablaban y sobre todo se rieron mucho, era siempre así, tenían mucha química.
Ahora te vas y disfruta de las amiga y de la habana, hace una calor tremenda y te va a venir bien recordar los tiempos mozos, jejeje. No le echabas de menos?
Si, la extrañaba mucho, sobre todo a mis amigas.
Y a mi, le dijo la nana.
Claro, como no te voy a extrañar.
Y no me extrañes pa que veas. Que voy a decir por allí desde que te mudaste para los Estados Unidos, se te cayeron los colores, porque con la gloria, se olvida la memoria. An, se rió, pero esta vez mucho más. Se sentía agradecida por tenerla cerca por unos días. Luna fue hasta ella y le dio un enorme abrazo y un beso. Yo te quiero mucho le dijo y permaneció un rato entre sus brazos como en aquellos hermosos días, tranquilos, en silencio, cómoda, como cuando ella era la única persona que estaba a su lado en las apacibles noches de la Habana. Sabia que aunque An no decía nada, no había podido reparar en esos días de separación y era ahora que se daba cuenta que tenia que aprovechar al máximo de esos días en que pasaría una semana en la ciudad con las amigas.
Es así como siempre he considerado que la vida es en lo mas profundo, un poquito complicada. Esto te lo digo sin pelos en la lengua. No hay porque temerle a lo que esta por venir. Sentir temor no es cosa mala, ocurre por alguna razón, también tarde o temprano llegan las dudas, pero en lo que una cosa va y viene, deberíamos aprender de ella, hablo de la vida. Es así de sencillo. Cuando un día te das cuenta que los golpes enseñan. Te preparas para defenderte de ellos. Y que las cosas en ocaciones te empujan sin medidas a buscar un culpables, no pierdas tu tiempo. Tenemos que liberarnos de ese terrible sentimiento de culpa que no arregla las cosas, no, nunca resuelve absolutamente nada. Y lo peor, cuando no encontramos en quien echarle ese peso de las adversidades terminamos por castigarnos a nosotros mismo. Es de esa forma en que ocurren los problemas, somos adictos a crear malos entendidos y a boicotear sin vacilar el motivo de nuestra propia paz dándole créditos a la cosas que ya pasaron y también a las que vendrán. Cuando pasan los años aprendes que no puedes culpar a las experiencias, ni las fatigas dentro de tu propio ser. Es como si cruzaras la frontera y te pararas en el otro bando y vieras la vida pasar por delante desde tu punto de vista más sabio, mucho más objetivo y diferente, sin que te afecte en lo más mínimo. An había visto crecer a Luna, que era como una nieta. No tenía otra forma de verla. Vivía sola, abandonada por la familia en un barrio al sur de la Habana, que no perdían su tiempo en ir a visitarla. Sobrevivía entre las novelas de la radio, los programas de la televisión, en ocasiones los vecinos y las revistas viejas que leía y releía. Tenia una hija, que llevaba tiempo que no sabía de ella, a veces hablaban por teléfono, pero esporádicamente y su nieta, con la que había pasado también mucho tiempo, hasta verla florecer, se había casado y desde que se largó, como decía, desde entonces solo pasaba si se encontraba por el barrio a saludarla. En realidad su vida había sido un poquito complicada…o mejor dicho un tanto tropelosa, en un sube y baja constante que solo ella en lo mas profundo podía calcular el peso de su deterioro. Pero hay persona que nacen así y que sus espíritus no cambian de bando, ni siquiera tienen la duda de ser un día mancillados, porque no creen tan fuerte en el jodido dolor y no se dejan engañar de ninguna forma. Se mantienen puro a pesar de la derrota y así era el de An, feroz y radiante, un espíritu de luz aterciopelado como aquellos peluches de su niñez, sus muñecos inseparable, sus grandes compañeros en su sueños y guardianes de sus silencios. Los habían acumulado alrededor de la cama hasta el día que dejó la Habana que tuvo que deshacerse de alguno de ellos regalándolos, pero aun con ella, en su propio cuarto de New York conserva sus preferidos, a la Malula y al Dorian, el payaso de trapo.
An era una mujer mayor, rondaba los ochenta, pero unos años atrás todavía lucia fuerte. No podías reconocer con exactitud su verdadera edad. Había sido enfermera y se buscaba la vida cuidando ancianos hasta que le llegó la oportunidad de cuidar a una niña. Ese hecho de estar involucrada en una vida joven la llenó otra vez de entusiasmo y hasta le crecieron alas, disfrutaba tanto que cuando estaban tan juntas Luna la veía como una abuela. Era parte de su familia. An le había entregado todo su tiempo y todo lo que no pudo dar ante a su verdadera hija y a su nieta, como lo tenia ahora sin medida a montones, lo daba solo por disfrutar en lo mas profundo, sentir la brisa de lo nuevo que llegaba puro y como tenia la edad para soportarlo, lo dejaba escapar hasta en sus suspiros, porque cuando estaba cerca de Luna, ella nunca tenia ninguna prisa. Se detenían las horas. Cuando eres bastante mayor, hablo de la vejez, ya no piensas mucho, ni tampoco estas tan interesado en arreglarlo todo. Ya uno no esta para eso, solo importa lo que llega a la cabeza de repente y se le busca una salida. En ese momento de la vida uno regresa a las cosas sencillas. Entra otra vez en su ritmo y se entonan a su sintonía. Es así de hermoso el proceso de la vejez cuando ya no te preocupan los años, ni lo que la gente diga sobre ellos. Tu a esa edad estás en la conexión total con el tiempo y es cuando llega el momento de sentarte con los asuntos sin resolver. Eso no falla. Por muy alta que este el punto en la cima, tienes que bajar y poner los pies otra vez sobre tierra firme que es donde se vive mejor. Es de la única manera que se recobra el equilibrio perdido. Allí en el fondo, justo en el sótano es donde yacen los demonios y esos no te abandonan, son una carga lo digo siempre y si no estás dispuesto a cambiar de pagina, allá tu con las consecuencias. Por eso de una forma u otra tenemos que bajar un día a ese rincón, acercarnos sin miedo y asegurarnos de que todo los pedazos que no cuadran es hora de tirarlos a la basura. Nada puedes hacer con los platos rotos.
Con solo pasar un tiempo con An cualquier persona a primera vista diría rápidamente que es buena. Que tiene el alma noble, eso no falla. Es muy fácil leer mirándole la cara a un viejo. Puedes definirla fácilmente por la superficie como el que lee un libro de historia antigua. El tiempo no perdona en esos casos y va seguro con su implacable rotulador dibujando las huellas que va dejando el pasado, bordeando los rostros de las personas, arrancándole su propia naturaleza. Si has sido una persona dura, despiadada, egoísta o si la vida te ha golpeado miserablemente, todo ese daño y el dolor resplandece a priori cuando te miras al espejo, frente a frente lo sientes tan tuyos que odias tu propio autorretrato. Pero cuando miras a una persona como An, rápidamente puede imaginar de que ella no es ese tipo de gente. Que lo mas posible es que no haya tenido suerte en la vida. Eso ocurre a menudo y nadie sabe porque. En tu rostro se puede reconocer tus victorias y tus derrotas. Todas vienen en el mismo recipiente que brota del alma.
An era clara con sus sentimiento, les daba alas y los echaba a volar sin freno. Estaba lo suficiente curtida por el tiempo y ahora mas que nunca veía las cosas tan clara. Los años no pasan en vano, se acumulan como piedras endureciendo el camino. Así que lo mas recomendado por su mente vieja que había soportado el peso de la soledad y en su experiencia cuidando enfermos a lo largo del tiempo, que lo único que valía la pena es ir apartando todo aquello que no le hacía feliz buscando crear a propósito ese gran espacio libre para las otras cosas que vendrían y de una manera acomodar en su viejo cuarto el mundo, al que preparaba como si fuera un nuevo huésped que llegaría con el futuro. Con una cabeza así, tranquila y con las cosas en su lugar, estaba consciente de que hasta el ambiente cambia, se vuelve fresco, confortable, se oxigena del aire que trae un mundo nuevo y en el que te tienes que dejarte llevar porque en este, sabes que estás de tránsito. Venia de una infancia muy dura, tanto que las huellas caladas en sus hueso le dejaron mas de unas veces la duda de que en ocasiones las cosas no funcionan, que no deberían de ser de la forma que son, pero no le pudieron apagar sus ansia de poder olvidarla y hasta de enfrentarlas hasta el punto de aborrecerlas y hasta aborrecerse en si misma. Pero el tiempo en su propio paso cura siempre las heridas. Por lo que se sentía plena aún en su soledad. Eran casi ochenta y a esa edad las cosas se vuelven mas complicada si le empiezas a buscar falta. Así que lo mejor es no esperar nada de nadie por eso se conformaba con lo que tenia, aunque ella hubiera querido mas, como todo el mundo, La vida suele ser injusta, o tal vez cada quien tenga una misión que cumplir y llegas a este mundo de la manera perfecta en que te conviertes un aguanta golpes. Como le había pasado a ella que desde niña había conocido en carne propia lo que era estar sola…
An estaba parada en la cocina, sus manos oxidadas renqueaban, pero sabía que en la vida como en el ring sabes lo que te juegas y cuando lo entregas todo es para ganar tu lucha, así que en momentos en que estas de rodillas, lo sabes, eso no se olvida, no puedes pedir clemencias, que estás aquí para luchar y eso es lo que importa, no quedarte con los brazos cruzados esperando que el referí, pare la pelea. eso no hacen los buenos peleadores, lo había visto siempre en el deporte de los cuadriláteros, nadie en su juventud se los perdía en aquellos tiempos en que peleaba Teófilo Stevenson, su héroe, las peleas de boxeo. La grandeza de superar en la vida esos momento de fragilidad donde te sientes débil. Bastaba con no hacerle mucho caso, solo volver, otra vez y esa vez, mucho más fuerte. Le dolían sus brazos viejos, pero ya estaba acostumbrada, pero aun así estos no habían perdido la suavidad que generaba la monotonía. Se movían exactos, jamás aceleraban su ritmo en su paso. Iban como en armonía mientras giraba el cuchillo y le quitaba la cáscara a la traviesa naranja que se movían en espiral. Fue así, que sumergida también en el silencio entrecortado por los tranquilos chirridos que producía el aceite hirviendo que había quedado en la sartén con los restos de los huevos fritos, que sintió paz. Se secó las manos, miró al reloj, se acercaba la hora de novela. Se dirigió a la sala y fue justo a la fotografía en blanco y negro donde ella estaba retratada con Luna. Se sonrío observándola cuidadosamente. Luna estaba grande y hermosa ahora. Se había convertido en una joven muy inteligente y de buen corazón. No tenía ninguna duda, la quería mucho. Se sentó en el sillón y encendió el radio, recostó la cabeza hacia atrás y cerro los ojos como si estuviera dormida y respiro profundo dandole las gracias a dios por sentirse acompañada.
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