…. Estuvo durante dos días pateando La Habana como un sonámbulo en busca de abrigo, durmiendo donde la noche le sorprendía. Se encontraba tocando fondo. En uno de esos viernes de calores agobiantes, vagando por las calles del bulevar de Obispo, ocurrió uno de esos sucesos que cambió su vida para siempre. Escuchó algo
que llamó su atención, eran los acordes de un piano y tomó
rumbo a La Galería de Arte repleta de gente, era curioso lo
que allí ocurría. Afuera todo se había nublado.
Comenzaba a llover, así que fue el mejor lugar
en el que encontró cobijo. Dentro, la imagen de una diosa, así se le apareció ella. Dulce de guayaba. Jamás podrá olvidar ese momento. Recitaba un poema
de memoria entre los cantos y toques de los tambores. Le fascinaba la gracia con que lo hacía. En el interior una veintena de turistas que bebían cervezas mientas la diosa hablaba de santería, religión, pero sobre todo, de amor por la vida.
Cautivado por su sonrisa Santelmo se rindió a sus pies, hipnotizado.
Por la manera en que seducía al público con sus giros mientras bailaba, buscó un espacio entre la gente. Era asombroso como sus caderas empujadas por el ritmo, batían los sensuales y contorneados hombros, que luego sacudía acentuándolos con gracia en sus
pasos firmes, a la vez que volvía a coger la cadencia de la danza. Sus palabras llegaban confusas, así las sentía San por el cansancio, sin embargo, el tono
de su voz traspasaba los cristales que daban a la calle desde
donde la miraba. Santelmo pegó la nariz al cristal y limpió el
vaho que le impedía observar. Aquella hermosa mujer que se movía en la escena como un pez en el agua, intentaba
entregarle al público un…
(Mabi; El ocaso de La Habana.)
Capítulo 8 “ Habana engendro de sueños”
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